Cerré la puerta y subí los
pocos escalones que daban al suelo del desván, que ahora era mi cuarto. Encendí
la lámpara de una de las mesillas de noche, me apoyé en la barandilla de madera
y observé aquella habitación. La pared de madera vieja, los minúsculos cuadros
de pájaros en acuarela, las dobles cortinas blancas recogidas a los lados de la
pequeña ventana mirador, los muebles también blancos, que eran nuevos pero con
un estilo antiguo y acorde con toda la estancia... definitivamente Janette tenía
buen gusto. Lo había decorado todo estratégicamente, tanto, que parecía estar más
que segura de que accedería a vivir aquí con ella y Cayla. Me adentré en la habitación
y me dirigí hacia donde estaba la cómoda para ponerme el pijama. Olía a jabón
perfumado, estaba recién lavado y era nuevo, como todo lo demás. Tardaré en
acostumbrarme a esto, a que me compren cosas, y a que cuiden de mí sobretodo. Cogí
el cepillo que estaba encima de la cómoda y me cepillé el pelo para hacerme una
trenza. Cerré las cortinas y me metí en la cama de forja blanca. Al apagar la
luz la habitación no se quedaba del todo a oscuras, así que podía entretenerme
antes de dormir mirando las vigas del techo y el ojo de buey
situado encima del cabecero de la cama. Llevaba todo el día teniendo aquella sensación,
presintiendo que iba a pasar algo. No sabía si bueno o malo, pero algo
importante. Y aquí estaba ahora. El día había acabado y no había sucedido nada.
Nada de lo que yo esperaba. Iba a pasar mala noche, seguro. Y con ese
sentimiento de decepción entre cabeceo y cabeceo, me quede dormida.
Había llegado. ¡Guau! ¡Por fin había
llegado! ¡No me lo podía creer! Después de las mil horas de avión, el tramo en
tren y el esperar toda la vida este momento, no podía asimilar donde estaba. La
ciudad de las luces, del amor, del arte. París. Mi soñada París. No podía
esperar a visitarla, a conocer sus calles, su gente, su belleza, y plasmar todo
esto en mis cuadros. Estaba tan emocionada que besaría el suelo, aunque no creo
que debiera, por las recomendaciones de mi primo y porque pensarían que estoy
loca. Sí, sobretodo por eso... ¡Já! Mentira, me daba igual. Era joven, guapa, artística,
tenía talento... ¡ah! y tenía unos ojos verdes que ya les gustaría a muchas. Y
libre, eso sí que era lo mejor de todo. Antes solo era espíritu porque el libre
me sobraba. Pero ahora sí que sí, era un espíritu libre. Me iba a comer el
mundo. Madre mía... quiero chillar. ¡No! Mejor aún, pintar. Pero no podía,
tenía que llegar antes al hotel para recoger las llaves de mi habitación
alquilada. Ay primo, te mereces una medalla. Si no hubiera sido por él, no tendría
donde caerme muerta aquí, en París ¡En París! ¿Lo he gritado en alto? Vaya… ¿cuántas
veces vas a tener que repetírtelo? Que sí, que ya estás aquí pesada. Pero es
que, el sentimiento de euforia es tal que… quiero empaparme ya de esta ciudad.
¿Y si me baño en el Senna? ¿Sería un comienzo muy metafórico no? Que sí primo,
que ya sé que no estaría bien… ¡sal de mi cabeza!
Me desperté, pero no sobresaltada. Tenía
que ir al baño. Habré bebido mucha agua en la cena, supongo. ¿Sería por eso que
he soñado con un rió ¿Con el Senna? El Senna. París. El sueño… había sido extraño,
pero muy realista a la vez. Muy… coherente, esa era la palabra. Los sueños
suelen ser caóticos y la mayoría de las veces no tienen sentido, pero este en
concreto… no sé. Parecía tener todo lujo de detalles. Y los recordaba todos,
perfectamente. No se me olvidaban con los minutos, como solía pasarme. Los
colores, las sensaciones y hasta el olor seguían inminentes en mi cabeza. Volví
a la habitación de puntillas y me metí en la cama de nuevo. Apenas había dormido
una hora y cuarto más o menos. Sí, la noche iba a ser movida. París Nunca me había
planteado antes salir del país, pero de repente tenía unas ganas locas de conocer mundo… de ser libre.
Ha vuelto a mirar. ¡Madre mía ha vuelto a mirar!
This is insane! como diría mi primo
el trotamundos, vamos, que es de locos. Llevo apenas tres semanas en París y lo
que me apetece pintar es de todo menos la ciudad. Mi idea cuando llegue era la de
pintar en Montmartre, el lugar por excelencia de los pintores parisinos, pero
no. Estoy en Notre Dame, pintando mi visión de la gótica catedral desde
hace una semana, y cada día que pasa miro menos hacia el monumento arquitectónico. ¿Cómo
ha sucedido esto? No me imaginaba que me fuera a pasar nada parecido… yo, mirando
embobada cada cinco minutos a un chico, y teniendo a la mismísima Notre Dame
delante… es para matarme, literalmente. Pero… es que él es tan… ¡guau! Vine aquí
hace unos días para visitar la catedral y ya de paso encontrar algún lugar
donde pintar si se diera el caso, y entonces le vi. Alto, desgarbado, rubio,
con ojos azules y rostro inglés. Estaba sentado en un banco orientado al Senna,
con un cuaderno y un bolígrafo en la mano, cosa que le daba un toque
intelectual, contrastando con su aspecto bohemio. Escribía, y sus gestos
mientras paraba y pensaba le daban un aire tan juvenil… que me hizo que
quisiera venir aquí cada día, si con un poco de suerte venia
por aquí a menudo, para observarle, y si pudiera, pintar algún cuadro
sobre él.
Días después de aquello y de algún que otro cruce de miradas
inesperadas (esperadas por mí, por supuesto) aquí estoy, divagando de nuevo con
sus labios mientras muerde el bolígrafo. Me he pasado de la raya, ha vuelto a
mirar. ¿Cuánto tiempo llevo mirándole? ¿Segundos? ¿Minutos? Dios… no puedo
concentrarme. Mi mano está paralizada y la inspiración no surge de ella. Y todo
esto es porque no estoy pintando lo que me apetece, no estoy siendo libre. Solo
espíritu. Debo dejar que mi mente se libere. Tengo que liberarme. Mire mi
pintura, más bien el casi boceto que estaba haciendo de Notre Dame, y me
concentre en la esquina inferior derecha del lienzo. Cogí mi carboncillo y volví
a ser un espíritu libre. Empecé a dibujarle por primera vez.
¿Dónde estaba? Que oscuridad… no podía ver
nada. Poco a poco distinguí unas líneas oscuras en el techo, y una cosa blanca
encima de mi cabeza, en lo alto. ¡Qué calor! A medida que mis ojos se iban acostumbrando
a la oscuridad, me iba haciendo a la idea de mi realidad. Estaba en la cama, la
cama del desván de la casa de Janette. Otro sueño, había sido otro sueño… pero
el de esta vez me había resultado incluso más vivo, más real. Necesitaba agua.
Me incorpore y aprecie la poca luz que entraba por la ventana mirador de enfrente.
Me sentía cansada, pero estaba tranquila. Bebí un sorbo del vaso de agua que había
en la mesilla derecha y me volví a tumbar. Vaya… había soñado con la misma
chica, creo. Mis sueños me estaban contando una historia. Era como estar
leyendo un libro e identificarse mucho con la protagonista. Me había pasado
otras veces, pero no como esta. No me importaría saber más, pensaba. Era tan
bonito… y no solo me refería a París.
Entré en mi estudio y oí la puerta chirriar
hasta cerrarse tras de mí. Aun me costaba creer que era él el que había cerrado
la puerta. Estábamos empapados. ¡Qué digo, más que eso! ¡Estaban cayendo chuzos
de punta! Nos dirigimos directamente al cuarto de baño y nos quitamos los
abrigos. Ambos nos miramos al espejo, y al ver nuestras muecas divertidas,
empezamos a reírnos como si nos fuera la vida en ello. Me hice un moño
despeinado, con la intención de atrapar todos los rizos sin suerte. Siempre se
me salía alguno. Después de observar cómo me peinaba a través del espejo, se le
endureció el rostro y se giro hacia mí.
-
Te
queda bien así. Despeinado, loco… como tu eres. – dijo enrollándome un rizo con
el dedo y dejándolo que cayera libre al lado de mi cara.
Me quede muda mirándole esos ojos azules
suyos, que ahora estaban serios, sinceros. Apretaba la mandíbula, como si
luchara por no decir algo que se moría por decir. Se apartó, y salió del baño.
Dios… estos momentos de tensión iban a matarme. Tenerle tan cerca me dejaba sin respiración. Era tan guapo, bueno no, era mucho más que eso. ¿Qué se supone que debía pensar?
Con solo tres semanas de conocer a Evan, sentía que haría lo que fuera por él.
Nunca me había sentido así… había dado algún que otro beso durante mi adolescencia, pero nada mas allá.
Era como un pasatiempo que hacía porque todos y todas lo hacían. Pero esto… era
real. Sentir. Esa era la palabra exacta. Me había entrado calor, así que me
quité la chaqueta y me quedé en una camiseta de tirantes.
Evan estaba repantigando en el viejo sofá,
pensativo.
- - ¿Quieres un café? -
- - No… - contesto con una pincelada de
sarcasmo en la voz. Le mire arqueando una ceja y con los brazos en jarras. Aún
me costaba pillar su fantástico humor inglés.
- - ¡La próxima vez te lo haces tú, señor
escritor! – Grité desde la pequeña cocina.
Poco después le tendí el café humeante en la mano y me senté
con el mío a su lado en el sofá.
- - ¿Señor escritor eh? Suena bastante bien… lástima
que yo no pueda llamarte artista, señorita Monica… ¿o mejor Monique? - dijo riéndose de mí.
- - ¿Bueno vale ya no? Que haya tenido
problemas últimamente para encontrar la inspiración no me hace ser mala. Ni
siquiera has visto mis mejores pinturas.
- - ¿Y cuándo piensas enseñármelas? Si acaso
te refieres a mi retrato, de acuerdo, no está mal, pero tampoco vale como
varias… ¿O acaso tienes más cuadros sobre mí?
Aquello me dejo un poco cortada, pero sabía aparentar pasotismo como nadie. Por supuesto que tenia otros cuadros de él. Solo tenia cuadros de él prácticamente.
- - ¡Ja! Claro, vengo a París y me dedico solo
y exclusivamente a pintarte a ti. Solo con verte pensé, vaya, ese chico que
escribe en un cuaderno se hará famosísimo en poco tiempo y mi cuadro valdrá su
peso en oro. Escritor inglés frente al Senna se llamará -
Tras quedarse medio mudo ante mi cara divertida, contesto,
arrogante:
- - Sabes que eso pasara… puede que tarde algo
mas que "un poco de tiempo" pero lo veras con tus propios ojos y tú seras la primera en pedirme un autógrafo.-
Me dio un ligero codazo de camaradería, le mire arqueando una ceja de nuevo, y aparte
la mirada. A veces me costaba mantenérsela. Observé a continuación el gran
ventanal con cuarterones que ocupaba la pared de arriba abajo. La lluvia seguía
cayendo por fuerza.
- - De verdad que creo que eres buena. No me has enseñado muchas más pinturas tuyas
pero, la que hiciste sobre mí… es genial.-
Su tono chulesco había cambiado, y yo seguía sin mirarle. No podía, no ahora. No
cuando me miraba así, con sus ojos sinceros.
- - Solo tienes que soltarte. – continuo.
Por el rabillo del ojo vi como miraba
hacia delante, pero no a la ventana como estaba haciendo yo, sino a mi
caballete. Dejó la taza de café en el suelo en una fracción de segundo y me cogió
la mano haciendo que me levantara del sofá.
- - Ven. -
- - ¡Casi me derramo el café encima! -
- - Vamos, ven. -
- ¡Pero...!
Me acerco arrastras al caballete y me
coloco delante de él.
- - Este lienzo lleva vació demasiado tiempo.
Coge un pincel.
Se quedó detrás de mí e hice lo que me pidió,
mojé el pincel en el tarro de agua y lo manche con pintura verde. Me quede
mirando en lienzo indecisa lo que pareció ser
una eternidad, debido a la poca proximidad que había entre nosotros. Estaba con
semblante serio otra vez. Cogió mi mano, la acercó al lienzo y me susurró al oído:
- - Toma un círculo, acarícialo, y se convertirá en un círculo vicioso. –
Aguanté la respiración. La tensión podía
palparse, tocarse. Cuando me quise dar cuenta, ambos estábamos dibujando un círculo
encima de otro, sin detenernos. Muy despacio, me soltó la mano, y empezó a
rozar cuidadosamente mi piel desde la muñeca hasta mi codo con los nudillos.
Los círculos que seguía dibujando cada vez los hacía más irregulares y los
pintaba más despacio, al ritmo del tiempo, que se iba ralentizando poco a poco. Siguió rozando mi brazo, esta vez con los dedos, hasta mi
hombro. Cogió mi mano libre, la izquierda y la encerró con la suya.
Estaba al borde del infarto. Era todo latido y el corazón se me iba a salir del pecho. Estaba viviendo los
segundos más intensos que había tenido en mi vida. Había soñado con este
momento desde que le conocí, en aquella famosa plaza de la Notre Dame de París y ahora aquí esta, dejando mella en piel con cada ligero roce.
Continúo su viaje por mi cuello y me deshizo el moño
con cuidado, dejando que mi todavía húmedo pelo cayera sobre mis hombros. Me
atrajo hacia él con el brazo izquierdo mientras seguía cogiéndome la mano. Me
giró de repente, provocando que dibujara un rayajo en el cuadro y me agarro con
más fuerza. Prácticamente sentía su respiración entrecortada sobre mi rostro.
Me acarició la cara, apartándome delicadamente un rizo caído y me tocó con el pulgar el labio inferior. Tragué saliva como pude, intentando asimilar
lo que estaba a punto de hacer. Se humedeció los labios ligeramente y los
presiono dulcemente sobre los míos. Se apartó despacio y observó mi expresión intensamente. Lo
que sentía en aquel momento no se podía describir con palabras. Nunca me habían
mirado así, y solo sabía que quería que me mirara de esa forma cada día.
Siempre.
Solté el pincel, que repiqueteo al caer al suelo, y le
correspondí, atraiéndolo hacia mi cogiéndole de su rubio pelo y le besé lo mas fervientemente que pude.
¿Qué? Pero, ¿dónde estoy? ¿Evan? En la cama no está ¿dónde estas? ¿Evan? Espera, esto no es el estudio. No, definitivamente no. Ni
yo soy, ¿Quién? ¿Monica? Entonces, Evan no está aquí, porque no existe… ¿Otra
vez? ¡No! ¿Cuánto había dormido esta vez?
Tres horas, bueno, y media. No lo entiendo, era tan real, y tan
agradable. ¿Por qué no puede ser real? ¿Y por qué tengo que despertarme en el
mejor momento? Evan no existe… no. Me niego. No me acuerdo ni de mi nombre pero
me da igual, solo quiero dormirme y volver a sentir que lo tengo a mi lado, no sé
cómo, pero consigue llenar aunque sea en sueños el vació que hay en mí.
Habían pasado veinte minutos y no me había dormido, a pesar
de estar muy cansada. Que rabia. Nunca había sufrido de insomnio. Dormía poco,
sí, pero dormía bien y descansaba. Era como si mi mente no quisiera dormir, no
quisiera… soñar, por alguna razón. A lo mejor pensando en él me entraba el
sueño. Evan… Evan… “Toma un circulo, acarícialo…”
Empecé a correr. La lluvia caía con fuerza,
dificultando mi visión aun más, como si la noche oscura no fuera
suficiente. Corrí, y me adentre en el espeso y mojado bosque presa
del pánico. Volví a gritar su nombre de nuevo, como si me fuera
la vida en ello. De hecho, precisamente me iba la vida en
ello. Seguí corriendo, mientras mis botas se manchaban de
barro. Seguí gritando, mientras
mi corazón se hundía en el fango. Cada vez me resultaba
mas difícil seguir el ritmo, a causa del cansancio y del maldito terreno,
pero en mi mente solo había una idea, lo suficiente para no dejarme
parar. Le dije una vez que no entendía como los
deportistas podían continuar hasta después de que el cuerpo
les dijera basta. Ahora lo entendía, más que perfectamente. Estaba
corriendo una maratón. Una contrarreloj de vida o muerte.
Seguí corriendo, ayudándome de
los arboles que había a mi paso para impulsarme. Estaba extasiada,
pero no podía parar de gritar su nombre. A
la mínima que flaqueaba, las imágenes de lo sucedido
me sacaban del shock por unos segundos. Él y yo, en aquel destartalado coche azul, con King
Harvest en la radio cantando como locos Dancing In The Moonlight. Estábamos locos, puede
que demasiado, pero no. Nunca era demasiado para nosotros y nunca lo seria, de
eso estaba segura. Estábamos locos, sí, pero el uno del otro. Tanto,
que creí que nada podría ocurrirnos, que hasta ni siquiera
la barrera del tiempo podría con nosotros. Eramos nosotros contra el
mundo y todo se tornaba en desafió. Pero esta noche es el mundo el que se
ha revelado y se ha puesto en contra nuestra. No recuerdo bien el momento en el
que King dejo de cantar y en el que dejamos de bailar bajo la luz de la luna.
Todo ha pasado tan deprisa... ¿en qué momento aquel coche destartalado al que
tanto adoraba se había convertido en el objeto más espantoso que he visto
nunca? Parece tan absurdo... estampado contra una farola a la mitad del
puente... y abajo el rió, preparado para acogerle a él entre sus
caudalosos brazos después de haber salido disparado por el
salpicadero. Ni siquiera pude reaccionar, o gritar, como hago ahora con todas
mis fuerzas. Solo pude salir del coche con la ropa y la entereza hecha jirones y descubrir que ya no
estaba en aquella carretera, conmigo...
Volví a mi estado de shock, y
llegué a duras penas a la orilla del rio. Con los pulmones a punto de explotar y la voz rasgada
de tanto gritar, solo me salió su nombre en un murmullo, mientras con la cabeza
alzada la lluvia se llevaba consigo la sangre de mi rostro. Hundí mis rodillas en el barro
y me quede allí, mirando la bravura del rió, buscándole con la mirada aturdida.
Tenía que seguir buscándole, tenía que seguir... Evan… te quiero… por favor...
Una luz cegadora me despertó. Intenté abrir los ojos
entre sollozos. No podía, no quería, no… no podía dejar de buscar, tenía que
encontrarle, con vida, con mi vida que ahora era suya. Me aferré a la almohada
apretando los ojos, deseando soñar para encontrarle, para salvarle, para
tenerlo conmigo sano y salvo. Los flashbacks se agolpaban en la cabeza sin
piedad. Su rostro, sus retratos, su cuaderno, la lluvia, las miradas, las risas, los cafés, los sarcasmos, los roces, las caricias, los besos y lo que venia después, las canciones, las películas, las mañanas en la cama, las tardes por las calles de París, las largas noches sin dormir, los viajes en coche...
Unos nudillos tocaron contra la puerta del desván.
Sería Cayla, llamándome para que bajara a desayunar.
- - ¡Despierta
dormilona! ¡Janette ha comprado Froot
Lops para desayunar!
Su cantarina voz me trajo a la realidad. Mi realidad.
Pero la otra también era real, y también mía. Podía saberlo, y me daba igual lo
que la gente pensara o quisiera creer. No era un simple sueño, pertenecía a mi
vida pasada. Yo era Scarlet, pero también había sido Monica, y Evan… Evan era
todo, corrijo, es todo. Y lo sé porque el vacio que habitaba en mí desde que tenía
razón de ser, estaba ocupado por un dolor tan inmenso que me costaba respirar.
Tenía que encontrarle, saber que estaba bien. Que
estuvo bien, conmigo, con ella, con Monica. Lo necesitaba más que nada y haría lo
que fuera, sino, mi vida, la presente y la pasada, no tendrían sentido.