Inspiración. Es lo que llevo sintiendo toda la tarde, no se por qué. Creo que me he sentido así muchas veces, pero no me ha dado por coger un cuaderno y escribir sin más. Puede que haya sido porque necesitaba un propósito, un pequeño empujoncito para creer en mí como escritora.
Antes de empezar a plasmar todo esto, las ideas se agolpaban en mi cabeza como una tormenta de ideas viva, así que decidí seguir un consejo que escuché hace unos días. Un bolso con lo mínimo necesario, un cuaderno, un lápiz y una ruta. Mi ruta. Nunca me había parado a pensarlo, pero sí, tengo una. Con ella recorro los lugares más verdes cercanos a mi casa. Tampoco se exactamente como surgió este camino, supongo al igual que una de esas ideas, inesperadas y nuevas, que revelan algo de ti mismo.
Empecé a caminar, escuchando melodías sin voz, e hice lo que suelo hacer, observar. Observar a la gente, los coches, el cielo, los arboles... hasta que trunqué mi ruta buscando bancos, bancos vacíos dispuestos a escuchar este pequeño acontecimiento en mi zona favorita de la ciudad, el lago. Así que aquí estoy, sentada, delante de una especie de mirador con el lápiz en la mano.
Siempre he adorado pasar por aquí. Adornado por alrededor con un paseo de piedra, césped, una grada, una cascada, hermosos sauces llorones y una pasarela de madera colocada justo en el centro, se encuentra un lago artificial custodiado por patos, ocas, y en otros tiempos, por pavos reales.
Por el día, ofrece una bonita estampa para las tardes de primavera, pero por la noche, como ahora mismo a las ocho y treinta y cinco, unas pequeñas luces blancas colocadas debajo de los sauces muestran una cara mucho más misteriosa del lugar.
Empiezo a notar el descenso de la temperatura, y los bancos contiguos al mío se han quedado vacíos... no recordaba como vuela el tiempo cuando escribes. He de retomar mi ruta, mi camino de vuelta, pero este regreso no será como los anteriores, porque volveré a casa convertida en una pequeña escritora de nuevo.